Contrariamente a otras culturas, en la cultura occidental coexistimos con una larga tradición de falta de contacto que desemboca, en palabras propias de Mariana Caplan, en una sociedad con “hambre de contacto”. Es sabido que no recibir en la infancia, desde el mismo momento del nacimiento, el necesario contacto desembocará en un adulto con una profunda desconfianza en si mismo; independientemente de si se muestra o no en sociedad como una persona con determinación.
El hecho de haber sido hijos de padres que no supieron mostrar su afecto y amor, y siendo ahora padres deseosos de criar hijos sanos en una sociedad enferma, nos hace si más no, vulnerables a todo tipo de prejuicios y situaciones en las cuales el contacto está involucrado en las relaciones. Al creer que nosotros mismos no somos merecedores de confianza, no nos molestamos en actuar de un modo que despierte la confianza ajena y perdemos el contacto con lo que es más real de nosotros mismos.
En un caso, un receptor asiduo de masaje tailandés, llegó a la conclusión que estaba necesitado de afecto, a lo cual le pregunté ¿Cuanto afecto das tu al cabo del día?. No lo doy, respondió.
Creemos que el contacto única y exclusivamente tiene que ver con lo físico, “acción y efecto de tocarse dos o más cosas” pero también es “relación o trato que se establece entre dos”. ¿Cómo son las relaciones que establecemos con los demás? ¿Solemos mostrar abiertamente nuestro afecto? Y cuando lo hacemos ¿nos sentimos libres de mostrarlo o tenemos la sensación de fragilidad y de que podemos ser dañados?
En palabras de Frederick Leboyer “El contacto es la raíz… debemos alimentar a nuestros bebés y cuidarlos tanto externa como internamente. Pero no basta con saciar su estómago, también debemos hablar con su piel… cuando tienen hambre, sed y cuando lloran. No es suficiente alimentarlos con leche, también hay que nutrirles con calor y caricias.”
La falta de contacto, puede llevarnos a estados de ansiedad y depresión, puede hacernos sentir la persona más solitaria del mundo aún estando rodeados de una multitud. De facto, el éxito y auge de las redes sociales algo tiene que ver con todo esto.
Los vínculos tienen que ver con la expresión del afecto y amor hacia los otros, no solemos cobrar consciencia de nuestros vínculos, sino que solo reparamos en ellos cuando no estamos adecuadamente vinculados.
Según J. Konrad Stettbacher. “El niño necesita amor. Pero el amor no es una cosa, el amor es vida y significa estar vivo y respetar la vida. La vida crea necesidades y amar equivale a satisfacer dichas necesidades. El amor alienta la vida. Lo único que un niño quiere es ser amado.”
Los niños necesitan el contacto. Los adultos también. Y como adultos, solo es posible desarrollarlo sanamente cuando nos permitimos estar en nuestra propia fragilidad, conectados a la vida.